Hay vehículos que, por nobleza y desempeño, se transforman en clásicos inolvidables. El chasis Mercedes-Benz 1114, utilizado para carrozar miles de colectivos, es una de esas leyendas. Las historias y recuerdos en torno a él son tan amplios como los kilómetros que sus motores recorrían sin descanso.
En Argentina, el "1114" es un vehículo de culto, ya sea como colectivo o camión. Es un emblema urbano, cotidiano e incansable. Este es mi pequeño homenaje a aquellos colectivos en los que viajé viviendo en Mendoza, un intento por revivir un viaje nostálgico al corazón de una máquina con alma.
El Ritual del Viaje Diurno
Su presencia imponía al salir del control de la empresa. Impecable, con el emblema de Mercedes-Benz en la parrilla, los cromados en las llantas y el fileteado que danzaba sobre la carrocería. Al detenerse, los frenos de aire se hacían sentir con su característico soplido. Subir era ser recibido por el ralentí inolvidable de su fiel motor, un sonido que se mezclaba con el chasquido del corte de boletos.
La salida era calma, con el inconfundible murmullo del motor al pasar de primera a segunda. Era una invitación a sentarse y disfrutar del trayecto. A través de las ventanillas, el sol hacía brillar los pasamanos y arrancaba reflejos en el techo de madera plastificada. Allá adelante, el conductor reinaba en su trono, rodeado por un tablero brillante y un parabrisas curvo, siempre atento a quien levantaba la mano. Sobre el capó, la clásica ave alada brillaba como un mascarón de proa, acompañada por los "chapulines" (antenitas) que se movían al compás del andar.
El viaje se volvía más interesante a medida que el fiel 1114 tomaba energía. La mezcla del sonido del motor, las conversaciones de los pasajeros y la radio creaban una atmósfera de confianza, un santuario para los amantes de los fierros. Avanzar por las calles era como hacer turismo a un ritmo pausado, sin apuros, transformando cada viaje en una oportunidad para pensar o para conversar como si se estuviera en casa.
La Noche: Bohemia Sobre Ruedas
Cuando el sol se escondía, el colectivo se transformaba. Las luces de colores en la cabina del conductor creaban un ambiente bohemio, un toque más íntimo y atractivo. El brillo de la ciudad se reflejaba en los vidrios y la carrocería, invitando a viajar en lo que parecía casi una limusina compartida.
El ambiente era más calmo que durante la agitación del día. No era raro ver a una pareja abrazada, a alguien mirando por la ventana en profunda reflexión o a quien, vencido por el cansancio, se entregaba al sueño. Lo que nunca cambiaba era el pulso constante del motor, transportando personas mientras la noche seguía su curso.
Sonaba el timbre chillón, las puertas descargaban aire al abrirse, alguien bajaba, otro subía. Un ciclo de ir y venir que terminaba al llegar a destino, con el placer de escuchar el sonido del escape alejándose en la distancia, llevándose consigo un pedazo de la ciudad.
Para los Fanáticos, para Nosotros
Escribí esto pensando en nosotros: los busólogos, los fanáticos de los colectivos, micros o como decidamos llamarlos. Los términos cambian, pero los recuerdos y el cariño por estas máquinas del pasado, no. Más adelante seguiré recordando otros modelos que, de forma personal, me marcaron y me hicieron disfrutar de este apasionante mundo.
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